miércoles, 13 de enero de 2021

Género Binario y Dominación en Latinoamérica

 Género Binario y Dominación en Latinoamérica

Juan Aguilar



Introducción 


Los supuestos biologicistas y naturalistas que rigen la performatividad de género en su acepción binaria en el marco de las culturas latinoamericanas impiden la consideración de las condiciones de posibilidad de formación de las múltiples identidades que exceden esta categorización social binaria, la cual está determinada por los regímenes de clasificación social establecidos en el marco del sistema capitalista global, el cual determina las relaciones sociales por medio del adoctrinamiento institucional con fines a producir efectos de homogeneidad social. Es dentro de las mismas instituciones que regulan las relaciones de poder en la sociedad en donde se encuentran los focos de resistencia que se oponen a los poderes hegemónicos. Partiendo de la experiencia particular de la modernidad ocurrida en Latinoamérica y diferenciándola de la experiencia europea, procuro relativizar los supuestos etnocéntricos en los que se anclan las instituciones que atraviesan el cuerpo social y que dan forma a una cierta performatividad de género de base patriarcal que tiene un correlato en una distribución del poder desigual, en la dominación androcéntrica y que tiene consecuencias en la división del trabajo. 

Valorizando las luchas sociales que reivindican el derecho a las identidades diversas y frente a la problemática de la exclusión social y la marginación que sufren las disidencias sexuales, expongo la necesidad de crear nuevas formas de construir objetos de conocimiento utilizando categorías móviles basadas en la experiencia de las disidencias sexuales en Latinoamérica con el propósito de considerar la formación de sujetos con otras formas de asumir la identidad en el seno social que caen por fuera de los esquemas hegemónicos y que de otra manera quedarían invisibilizados por el régimen de enunciación imperante.

Sostengo que las identidades no binarias, trans y mixtas constituyen experiencias que ponen en cuestionamiento las estructuras sociales binarias que rigen las relaciones de poder entre las personas y que es necesaria la acción política con el fin de desarticular verdades asumidas como tales desde el sentido común y considerar, desde la sociología, estrategias de inclusión que pongan en movimiento la trama social. 
















Dirección de los cuerpos 

Del colonialismo a la actualidad


 La filosofía se halla en las bases de toda actividad humana en forma de supuestos y más allá de que las personas tengan o no conciencia de tales supuestos. Estos principios aparecen en el lenguaje más cotidiano y forman parte del sentido común, el cual, de acuerdo con la definición de Gramsci, está formado de verdades inconexas y contradictorias que contienen elementos de muchas fases históricas. El pensamiento científico propio de la tradición occidental erigió durante el siglo XIX una red de sistemas de conocimiento especializado que, bajo la apariencia de emitir discursos objetivos y racionales, enmascaró los efectos de verdad que estos discursos producen, imponiendo regímenes de existencia que regulan la vida de los individuos participantes de la sociedad. 

Los argumentos biologicistas de base positivista justifican la adecuación de los cuerpos a determinadas conductas en razón de una idea de normalidad anclada en principios asociados con la salud física y espiritual en los que conviven un ánimo médico-terapéutico y religioso que determinan lo que Ranciere llama la división de lo sensible en nuestra sociedad. La división de lo sensible tiene que ver con una partición y una repartición de los espacios, los tiempos y las formas de actividad. Esa distribución de los espacios y las disposiciones está determinada, entre otras cosas, por la oposición binaria entre hombres y mujeres y está presente en lo sensible. Tal división devela relaciones de poder que determinan un "común" desigual, una forma de compartir el espacio en la que el acceso a ciertas posiciones y la posibilidad de disponer de la materia y de recursos están determinados por ciertas condiciones de legitimidad. Tales condiciones pueden pensarse como aquello que, en un determinado lugar compartido, regula lo que se puede decir -lo que es decible- y lo que se puede ver -lo que es visible- en ese espacio. La sectorización de los cuerpos en función de sus características de género es parte estructural de nuestra organización social. A partir de la división de lo sensible se define aquello que se considera lenguaje, es decir, aquello que significa y comunica en oposición a lo que es ruido, desorden y violencia. Las voces de las disidencias sexuales fueron caracterizadas, por efecto de los discursos científicos durante principios del siglo XIX, en relación con patologías mentales y físicas y en relación con la pobreza y la marginación. 

Una determinada división de lo sensible ordena los cuerpos en función de lo que estos hacen y del tiempo que necesitan para hacerlo. El derecho al trabajo y al acceso a la educación se ve mermado para las identidades diversas en nuestra cultura por causa de una discriminación y una segregación que están en la base de la formación del Estado desde su génesis colonial. Frente a los poderes opresivos que regulan la performatividad de género en nuestra cultura, es fundamental la puesta en cuestión de las verdades más ampliamente asumidas mediante nuevas categorías que posibiliten la constitución de las identidades diversas en sujetos sociales con derechos dentro de la división de lo sensible. Durante el siglo XIX se desarrollaron variados movimientos colectivos en favor de estos grupos considerados subalternos por el status quo. 

La política se ocupa de reconfigurar la división de lo sensible, de echar luz sobre los lugares que no eran visibles y de hacer decible lo que aparecía en forma de silencio o de ruido. A través de la política, las personas con identidades de género que caen por fuera del encuadre binario tienen la posibilidad de moverse dentro del esquema y de crear nuevos sujetos y objetos que darían lugar a nuevas divisiones de lo sensible. Frente a los poderes conservadores de extrema derecha que buscan hegemonizar una forma reaccionaria de organizar la sociedad, la sociología debe aparecer de la mano de la política de una forma completamente nueva, pero anclada en las luchas históricas, que tome posición en esta pugna por la división de lo sensible.


La creencia en la superioridad del hombre heterosexual blanco en Latinoamérica, con los privilegios sociales que eso implica en la división de lo sensible, está intimamente relacionada y es herencia de los años de la conquista, en la que, tal como Todorov lo demuestra, los europeos ejercieron una dominación progresiva y sistemática de los pueblos que habitaban el continente, sacando provecho de las estructuras sociales que daban forma a la vida de los nativos con el objetivo de modificar su relación con el mundo en dirección a los ideales de vida europeos y con el fin de apropiarse de sus territorios. A través de la creación de instituciones sociales de fundamento europeo y etnocentrista, los conquistadores lograron implantar en Latinoamérica formas de relacionamiento social que provienen de las sociedades europeas, implantando diferentes formas de dominación que van desde la división del trabajo hasta la fé religiosa, desde la estructura familiar hasta el consumo y la producción de obras de arte, y negando las identidades culturales locales o adaptándolas a sus fines. La imposición de la ética cristiana, que implica la circunscripción de las relaciones sexuales al matrimonio heterosexual consagrado ante la ley divina y con fines reproductivos, es útil al sistema de explotación que sería luego fortalecido durante la modernidad por la instauración del sistema capitalista global. Las disidencias sexuales deben, según esta lógica, quedar circunscritas al ámbito de lo prohibido y de lo moralmente incorrecto y se erigen, muchas veces, como el límite visible de lo tolerable. Todos los regímenes coloniales en latinomérica castigaban las “inversiones” como sodomía. Las consecuencias de este pensamiento de raíz religiosa se sincronizan con los acontecimientos que determinan la formación de los estados-nación y su progresiva adecuación al sistema monetario internacional, privilegiando las relaciones sociales funcionales a la forma de explotación laboral y segregando y señalando como impropias aquellas otras formas de vincularse y de constituirse como sujeto social que pongan en juego esa organización. Siguiendo el texto de Quijano, el capitalismo mundial basó su expansión en la incorporación de un marco inter-cultural regido por las instituciones europeas de dominación simbólica que tienen el fin de someter a las culturas consideradas como diferentes. Durante los siglos XIX y XX las persecuciones a las disidencias sexuales tomaron impulso en las verdades con presunción científica de las instituciones clínicas que siguen los modelos desarrollados en Europa. Tanto las instituciones estatales como las privadas que pugnan por la hegemonía cultural desarrollaron técnicas de formación de sujetos en las que se regula su comportamiento a partir de la incorporación de direcciones de conducta que luego se reproducen en el sujeto mismo como mandatos. La determinación del género es una exigencia que se refuerza y en la que se insiste en forma constante a lo largo de la vida, desde el nacimiento, y que exige una performatividad adecuada a las gestualidades permitidas según la división de géneros.


De diversas maneras, la diversidad de manifestaciones identitarias en Latinoamérica se manifiesta en el funcionamiento de las instituciones nacidas y pensadas desde la lógica europea. La “tolerancia” es una noción que suele aparecer junto a los comportamientos inadecuados de las disidencias sexuales, pero la condena aparece al nivel del comentario, la burla y la desestimación de la palabra. Durante la última dictadura militar en Argentina, la violencia por parte de los grupos golpistas que asumieron el poder de manera ilegítima hacia los colectivos LGTB+ se vieron facilitados por la connivencia entre la iglesia y las fuerzas represivas del Estado. El régimen de gubernamentalidad que encarnó el Estado Argentino destinó sus fuerzas a combatir toda forma de oposición a la división de lo sensible que fue impuesta por ese régimen en forma sistemática. Desde la sección llamada División de Moralidad de la Policía Federal se persiguió específicamente a la comunidad LGTB+. El Edicto 2°H fue de común uso para sancionar la disidencia sexual aludiendo al “escándalo en la vía pública”. El Edicto incluía causas como:

inciso f: exhibirse vestidos o disfrazados con ropas del sexo contrario.

inciso h: incitar u ofrecerse públicamente al acto carnal, sin distinción de sexos. 

inciso i: encontrarse un sujeto conocido como pervertido en compañía de un menor de 18 años. 

La identidades sexuales no heteronormadas fueron perseguidas como formas de perversión y asociada con la corrupción de menores, las enfermedades de transmisión sexual y conductas delictivas de todo tipo. La diferencia sexual es leída como síntoma y germen del mal social.


En el marco institucional, la sociedad ha permitido ciertas expresiones de género no convencionales, aún con cierta reticencia. Hizo falta la reciente sanción del Cupo Laboral Trans como política de inclusión activa. La figura del travesticidio y del transfemicidio son también figuras legales recientemente incluídas gracias a la lucha de colectivos feministas, y LGTB+.  

Las instituciones constituyen campos de producción simbólica que determinan la subjetividad de quienes participan de ellas por medio de lo que Pierre Bordieu llama habitus. El habitus está constituido por una serie de reglas más o menos explícitas que delimitan el campo de acción de los individuos dentro de un esquema de relaciones de poder dado. La inclusión de las disidencias sexuales implica una modificación en lo simbólico que debilita la eficacia de los mecanismos de exclusión. Frente a la forma de dominación patriarcal-tradicional que impera en los campos de acción social, los colectivos que abogan por la diversidad cultural y por los derechos humanos accionan a conciencia para modificar los regímenes discursivos que justifican la exclusión y la marginación social. El lenguaje inclusivo constituye en sí mismo una militancia latinoamericana que surge con el fin de manifestar el conflicto que encierra la performatividad binaria de géneros y de poner en cuestión el binarismo. Siguiendo a Weber, este tipo de práctica se puede pensar como una “acción social con arreglo a fines” que apunta a cuestionar el sentido común por medio del lenguaje con el objetivo de modificar el orden de valores que rige la sociedad. El lenguaje inclusivo es una forma de manifestar supuestos filosóficos al nivel de la comunidad y su uso implica una conciencia filosófica que, entrelazada con las luchas por el reconocimiento de las identidades latinoamericanas en su diversidad y heterogeneidad, constituyen una herramienta política para la transformación. 


En las recientes manifestaciones llevadas adelante en Chile, Bolivia y Perú durante el año 2020 contra los regímenes de gobierno opresivos que tomaron el poder en esos estados, los carteles utilizados por la juventud utilizan muchas veces el lenguaje inclusivo. Contra este tipo de manifestaciones, se erigen argumentos puristas respecto del lenguaje español. Gramsci señala que la falta de conocimiento de la lengua nacional por parte de los grupos que no forman parte de las elites constituye un sesgo para su capacidad de conocimiento. Frente a este tipo de argumentos, creo que es necesario considerar los fundamentos que legitiman la universalidad de un lenguaje por sobre otro. El conocimiento mismo -y sus formas de ser presentado y aceptado como tal- se legitima para constituirse en esquemas de distribución del poder dentro de los diferentes grupos. El status social de las personas se afirma en los esquemas de validación del conocimiento que rigen los campos sociales, entre los cuales el hecho de, por ejemplo, “hablar bien” sirve como parámetro de reconocimiento del otro como actor social. El hecho de que un idiolecto con pretensiones de universalismo excluya a otros por considerarlos periféricos implica un sesgo que determina la división de lo sensible y en el que aquellas identidades que no están homogeneizadas bajo el discurso hegemónico son negadas. Esto genera efectos de marginación que se retroalimentan a partir de las consecuencias materiales que esa misma definición produce. Por lo mismo, el lenguaje inclusivo debe servir como una herramienta para visibilizar a los colectivos invisibilizados pero no como vara para medir la inteligibilidad de un discurso. Entendiendo que esta particular forma de expresión corresponde a sectores de la juventud formados en instituciones o por medio de la militancia política, es comprensible que muchas personas que son incluídas simbólicamente por medio de este acto de habla no utilicen el lenguaje inclusivo y no debería ser una exigencia que lo hagan. Es necesario que existan estrategias amplias para la inclusión y que los movimientos de base intelectual estén emplazados junto a las masas como una herramienta para la lucha cultural y en una relación directa con ellos que tenga el fin de dirigirlos, tal como plantea Gramsci. Pero también es necesario utilizar las herramientas simbólicas que surgen en el contexto actual sabiendo que luego será necesaria la creación de nuevas formas de interpretar la realidad con el fin de transformarla. Las palabras de Ranciere en su “Retorno de la Política” son emblemáticas en este sentido: “El rechazo a considerar a determinadas categorías de personas como individuos políticos ha tenido que ver siempre con la negativa a escuchar los sonidos que salían de sus bocas como algo inteligible.”


Las voces y las actitudes de les transexuales son y fueron sistemáticamente anuladas por expresar rabia, ira, enojo y violencia como respuesta a la marginación, pero esa negación de sus formas de interpretar el mundo está sostenida por la búsqueda de impunidad de quienes dirigen su violencia simbólica hacia las disidencias sexuales. Sumado a esto, existen sectores de nuestra sociedad -que cuentan con representación política- que segregan y discriminan por características étnicas, sexuales y de clase como consecuencia de la creencia en los ideales modernos europeos. Las identidades latinoamericanas están marcadas por la influencia de esa imagen engrandecedora del hombre blanco que forma parte de la ideología de las clases más acomodadas, tal como lo demuestra Sartré en su prólogo a Los Condenados de la Tierra de Fanon. Lo indígena está históricamente asociado con el “otro” cultural puesto que las construcciones teóricas latinoamericanas están marcadas por lo que Eduardo Grüner llama colonialidad del saber. En la misma población marginada se ubica a lxs transexuales, a quienes se rechaza en los espacios institucionalmente avalados pero se les ofrece un lugar en el circuito económico de la explotación sexual, razón por la cual también se les margina. El avance de los colectivos en lucha por las disidencias fue abriendo nuevos campos teóricos que lograron ganar espacios institucionales a partir de la segunda mitad del siglo XIX, entre cuyos representantes se encuentran teóricas y teóricos como Judith Buttler, Michel Foucault, Paul Preciado, Nelly Schnaith o Linda Nochlin.

La apariencia física y las maneras de mover el cuerpo, la forma en que cada persona se piensa y se da forma, los caracteres según los cuales cada cual se identifica y por medio de los que expresa su particularidad, constituyen terrenos de batalla simbólica en los que se inscriben las relaciones de poder jerarquizadas que regulan el entramado social. La disidencia sexual es condenada por su gesto, asociada con lo impúdico y lo marginal que se enfrenta a la institución familiar. El estigma que marca a las disidencias sexuales es el efecto de superficie de un sistema de valores que persigue los gestos en busca de un testimonio de adecuación a la norma establecida y que dé cuenta de la forma de ocupación del tiempo del individuo. La conducta masculina en el hombre está asociada con la asunción de un rol activo en la sociedad, adecuado al trabajo y a las leyes del Estado, mientras que la conducta femenina en la mujer se interpreta como la adecuación a una posición funcional. Los gestos mixtos fueron muchas veces caracterizados como locura por las instituciones médicas. El hombre afeminado y la mujer masculina, condenados por invertidos. En el nivel del lenguaje, sus nombres sirven como descalificación de la condición del otro. Pero ¿Por qué existe una saña particular hacia estxs personajes? Podríamos aventurar que atacan el centro frágil que sostiene el régimen de visibilidades imperante, es decir, la división de lo sensible en nuestra sociedad. La puesta en cuestión de estos principios abre la puerta a nuevos sujetos y entremezcla escenarios que traspasan los límites de lo admisible para ciertos personajes que prefieren mantener a cada cual en su lugar. Los efectos de la doble moral hegemónica atraviesan toda la trama social y producen distribuciones del espacio que habilitan posicionamientos de otro modo imposibles. Cabe mencionar, en tal sentido, el caso de Hans Pozo ocurrido en 2006 en Chile, un trabajador sexual que fue descuartizado por el funcionario municipal Jorge Iván Martínez Arévalo, el cual expresó en la carta que dejó antes de morir que realizó el crimen para evitar verse escrachado por relacionarse con un prostituto. Este funcionario fue, a su vez, asesinado por el cuerpo de carabineros para encubrir las implicancias del crimen. 

La distribución del espacio desigual alumbra los mismos rostros bajo luces contradictorias. Extrañas a sí mismas, emblemáticas y destacadas voces de la sociedad, investidas en cargos y poderes institucionales, empapelados de su propia historia y de la historia social, se disfrazan entre los sectores que ellos mismos llaman marginados de la sociedad y cuya condición parecen señalar y condenar: y en ese contexto transforman sus lenguajes, sus maneras y sus direcciones, negocian sus modales. En una misma comunidad se trazan sectores, circuitos de conducta. Muchas veces los mismos personajes se encuentran rodeados de escenarios completamente diferentes y en actitudes sumamente contradictorias. Pero los encuentros se dan de un modo diferente dependiendo del espacio donde se da el encuentro: existen silencios institucionales que se mantienen a fuerza de cerrar todas las puertas y ventanas y de negar ciertas experiencias.

Extrapolando la teoría de Jameson sobre la posmodernidad y el pasado a este campo de reflexión, considero que es necesario que la producción simbólica de las sociedades locales recupere la cadena significante que une los eventos del pasado con el presente históricamente dimensionado, reivindicando para Latinoamérica las particularidades propiamente latinoamericanas y las experiencias sexuales diversas que no son tematizadas desde la perspectiva de la hegemonía cultural eurocéntrentrada y heteronormada y que tienen un correlato en estandares racistas de belleza y de normalidad. Los cuerpos no hegemónicos están marcados por el estigma de una forma de concebir la Historia en la que conviven la perspectiva colonial con una fetichización de la cultura propia del sistema capitalista global que produce sujetos caracterizados como inferiores por sus particularidades de clase, etnia y género. Este tipo de categorizaciones se enraízan en la tradición europea y resulta necesario someterlas a una revisión constante para reconfigurar su sentido y producir nuevas divisiones de lo sensible acordes a las necesidades actuales.



Conclusión


Las luchas en el terreno de la producción simbólica constituyen una herramienta política y abren espacios para que se incluyan sujetos y espacios antes negados, abriendo diálogos que implican la admisión de nuevos signos que son interpretaciones de discursos provenientes de contextos antes exteriores pero hoy incluídos en un nuevo marco común. La necesidad de diferenciar la producción simbólica latinoamericana orientada al cuestionamiento del género de la producción simbólica de los países dominantes, poniendo de relieve la experiencia particular de la subjetividad latinoamericana, es fundamental como forma de articulación de las problemáticas de género, raza y clase que son consecuencia de la imposición de la cultura occidental. La ética de los placeres impuesta por el colonialismo persiste y requiere de acciones políticas orientadas a desarticular sus efectos de poder, los cuales están entramados en la génesis de las instituciones que organizan la sociedad actual y se ven reforzados por un adoctrinamiento institucional obsesionado con la determinación del género de los sujetos sociales. Recuperar la experiencia de las disidencias sexuales en Latinoamérica implica abordar la Historia desde una perspectiva de género superadora del binarismo que se articula en la actualidad con estrategias de inclusión social que admitan las experiencias diversas apuntando a redistribuir la división de lo sensible.