sábado, 5 de noviembre de 2016

salvado- lecturas el estallido

Las calles están plagadas de personas. El reflejo es constante.
Los espacios compartidos se cargan de señales.
Las diferentes realidades se enfrentan, se miden.
La normalidad es un rasgo intercambiable. El otro siempre es el otro.
Tras los muros de la cotidianidad que nos contentamos con sostener,

En el seno mismo de la civilización aparece su contradicción
y esa contradicción intenta ser reservada a los ámbitos del encierro y la marginación.
Las instituciones reniegan de ciertos aspectos de lo humano.
 La idea de lo monstruoso y de lo miserable funciona como
 amenaza del orden social pero más aún como el límite visible
 y material que mantiene su constitución y su orden.
La moral debe su subsistencia al espectáculo público del dolor y de la miseria.


Tras los muros de la cotidianidad que nos contentamos con sostener,
aparecen un personaje: el alienado, el loco, el insano mental,
 imagen del errante e inadaptado social, que no responde o que se burla
 de las preocupaciones del ciudadano civilizado y ordenado,
y que se burla de la costumbre y no respeta los estatutos morales.
Me refiero a que esta sociedad cultiva una sensibilidad
que asocia a aquel que se manifiesta desafiante e indisciplinado
con otras figuras de la marginalidad:
 los pobres, los vagabundos, los borrachos, los enfermos venereos, los drogadictos, los depravados.
Toda una población maldita.
Sus figuras se confunden, sus rostros se invierten y se intercambian.
Son los personajes de un sueño
arremolinado y revuelto, precipitado en historias  al olvido,
muecas como destellos fugaces.
El estigma se inserta entre las miserias propias
 de un desapego que contendría el fantasma nefasto del desamparo.

Extrañas a sí mismas, emblemáticas y destacadas voces de la sociedad,
 investidas en cargos y poderes institucionales,
empapelados de su propia historia y de la historia de la ciudad,
 se disfrazan entre los sectores que ellos mismos llaman marginados de la sociedad
y cuya condición parecen señalar
 y condenar: y en ese contexto transforman sus lenguajes,
 sus maneras, sus direcciones, negocian sus modales.
En un único y mismo espacio se trazan sectores, circuitos de conducta.
Muchas veces los mismos personajes  se encuentran rodeados de escenarios completamente 
diferentes y en actitudes sumamente contradictorias.
Pero la propia lógica del juego prepara las tensiones de manera constante: 
las traducciones a nuevos contextos atienden a enfrentamientos imaginarios, continuidades internas de la cabeza.
Cada individuo se carga a sí mismo desde su historia, y en esa historia se insinúa una lógica.


Muchos modos de vida son considerados por nosotros mismos locura,
 y ésta se vuelve la forma más general de la crítica,
 un señalamiento de reprobación que engloba actitudes totalmente disimiles entre sí.
¿Porque creamos estas diferenciaciones? Quizás necesitamos negar otras realidades
para sostener la que creamos nosotros mismos.
La ilusión de un  cuerpo colectivo homogéneo y constante protege los movimientos internos
 de un tejido que se convierte a sí mismo, a sus maneras y códigos,
 en redefiniciones inconmensurables y contradictorias.
El capricho de las personas que concentran los recursos modifica la vida de muchos otros.
Ellos detentan el poder de la vara que mide y separa la normalidad de la demencia
por medio de maquinarias de artificio, sistemas de regulación de la conducta, concentración de medios.
No es extraño hallarlos incluidos en una ronda que, por su participación,
los devuelve conversos a su propia lógica, dominantes dominados,
encerrados en el juego del encierro y la libertad,
emblemas del juicio y del castigo que se desarman y desinvisten su presencia de su función
 de autoridad de tal modo que eso mismo les permita negociar un posicionamiento que
les convenga en función de movimientos y deseos ni siquiera declarables.
El poder institucional no es universalizable ni funciona igual en todo contexto.
  En el seno de lo social hay un espacio en el que el deseo teje tus propias redes
de la mano de lo impronunciable.
 Lo que dice, calla.
Los deseos se disuelven en las formas de lo pertinente.
En todo caso, hay autoridades que no detentan la autoridad en la práctica y que atienden,
más bien, a silenciosos movimientos de un orden psíquico, pero, diría, incluso, digestivo.
En la interlocución directa con el otro hay una atmósfera que sólo puede rastrearse
en pequeños intersticios que nos pueden acercar al sentido de una situación.
Existe una profunda dimensión de sentido en la que proliferan indicios de la mano de
los movimientos respiratorios, las contenciones, los gestos de distensión,
  los nervios, la preparación de un cierto evento, etc.
Esa dimensión se estructura a modo de experiencias que se repiten transpuestas,
 se insinuan entre temáticas recurrentes.
 Sin embargo, hay certezas que funcionan en esa misma dimensión,
 que guían la intuición como presencias silenciosas que se esconden.
 Lo que calla, dice. Y dice más de lo siquiera representable:
Hay climas que sólo aparecen como una atmósfera flotante, traslúcida, relaciones que hayan su encanto en la distancia, hombres que se ven, se huelen y se persiguen en silencio y esquivos. Hay gestos gastados, descensos abruptos, risas ahogadas, amargas resignaciones. Hay ademanes de voracidad y ambición e ilusiones grandísimas. La ley de un deseo se apodera del barco en una dimensión inconfesable, o más aun, lógica, evidente... Entonces, quienes asumen en su discurso o en su investidura social la voz de la moral, el compromiso, son los que en nombre de lo justo y de lo bueno condenan y recortan la conducta en un nivel explícito. Aunque sería más interesante observar como aquellos que ni siquiera asumen una postura transparente generan influencias. El reflejo del otro social motiva comportamientos. Los estigmatizados por el motivo que sea, los distraídos, los impertinentes y los desapegados son un reflejo unas veces hermoso y otras tantas aterrador.
 Hay quienes quieren conseguir y hay quienes sueñan renunciar.
 Pero en la misma ronda danzan los que no quieren responder,
 o los que responden con aplazos, respuestas esquivas, posiciones ambiguas.
Cada uno de nosotros teje su influencia en nombre de valores políticamente correctos, y mediante esa influencia, pronuncia la tiranía del propio capricho, que alza su voz desde la defensa de lo justo y que muchas veces nisiquiera reconoce el límite en que esa defensa se convierte en farsa.
 Entonces, hablamos de posicionamientos sociales.
Esos lugares se habilitan por una cierta asunción, es decir, algo que se asume, se apropia,
 un manejo de valores al nivel de la declaración. Hablo de una teatralidad y de
 un juego de interpelaciones. Los textos que se hablan aparecen en distintos formatos y materialidades.
El sentido se entromete en los vestidos, los usos de la voz y el movimiento corporal.
 Los compromisos identitarios suponen la asunción de una cierta gestualidad enmarcada
 en un cierto escenario sin cuya permanencia todo pierde sentido.
Estigmatizar ciertos actos concede la seguridad de controlar el sentido.
Se da la posibilidad de construir un sentido histórico, aunque móvil, dinámico,
de las biografías.
Para esta sociedad, el hombre sin historia es loco de por sí,
puesto que su identidad es pura posibilidad.
La locura está en el desconocido.
El hombre que renuncia de manera abrupta a su historia también es juzgado como loco,
el que no sostiene, el que cambia, puesto que el movimiento de cambio
genera el vértigo de enfrentarse al desamparo. La locura se evoca como límite del respeto.
Representa el límite de la comprensión del otro, la confusión, el desconocimiento.
En la sinrazón están contenidos los miedos de la noche, los largos senderos del infinito jamás caminados, un horizonte de soledad y dudas, una existencia parada frente a los telones de la realidad, asomada al abismo que su propia ilusión promete.

Hay persecuciones que se reiteran a través de la trama social como exigencias
de la más diversa índole. La demanda se traduce, se traiciona, se subvierte.
Los caminos de las construcciones modifican los cimientos que se afirman
bajo el peso de la misma gravedad. Los nudos se gastan.
La memoria construye y su sustrato ¿Es el recuerdo?
Nietszche esboza en una de sus sentencias e interludios la siguiente frase:
"«Yo he hecho eso», dice mi memoria.
«Yo no puedo haber hecho eso» - dice mi orgullo y permanece inflexible.
Al final - la memoria cede."

En el camino de las construcciones se modifican el valor y la disposición de las imágenes.
 Se reafirman y se contradicen a la vez: las cristalizaciones no existen.
Lo que si existe son ilusiones de cristalización,
vivencias detrás de las sensaciones de determinación,
maneras de llevar la cruz y jugar con la identidad, y de sacarle el mejor provecho.
Y dentro de esos usos, aprendemos los juegos del ingenio, la perspicacia y la pertinencia.
 Aunque no siempre se pueden evitar las fisuras abruptas.

Las voces se asumen en función de necesidades de momento para luego ser abandonadas
junto con los escenarios y las vestiduras que las enmarcaban.
En última instancia, siempre se puede mentir, apelar a voces agotadas,
argumentos ni siquiera extensibles.
Al dudar de la buena fé del otro, dudamos de la buena fé de nosotros mismos.

jueves, 3 de noviembre de 2016

lecturas estallido

 El reflejo es constante.
Los espacios compartidos se cargan de señales.
Las diferentes realidades se enfrentan, se miden.
La normalidad es un rasgo intercambiable. El otro siempre es el otro.

Tras los muros de la cotidianidad que nos contentamos con sostener,
Nos pusimos de acuerdo en no darnos cuenta del punto a que nos habíamos llevado. Nos pusimos de acuerdo en hacer de cuenta que mirábamos por el bien, el resguardo de unos, la condena de otros. Las estructuras que necesitabas destruyeron a tu vecino, a tu familia. Respiraste microbios de larga cepa. Combinaste recuerdos con recetas y lirismo arcaico, té a las tres de la tarde, horas de encierro y silencio. Compulsivamente, respondiste al contacto humano con resistencia. Nadie nunca dio un motivo para confiar. Siempre anduvieron demasiado ensimismados en su propia valía, la virtud que nos diferencia. Cuando vienen los vientos, responden sorpresas. ¿Donde quedó mi pataleo? Resistí hasta el último día, con todas las fuerzas que pude reponer desde el letargo impuesto. Quise otras ropas, otras calles, la misma hora.
Resolví mi esfuerzo en exigencias, mi resignación en recelo y enfriando. Ya no me toca resplandecer, ni voy a estirar mis arrugas para defender un silencio viejo. Ya me volví piedra de cúmulos y no pienso soltar. El perdón no existe.



En el seno mismo de la civilización aparece su contradicción
y esa contradicción intenta ser reservada a los ámbitos del encierro y la marginación,
Como si a uno no le pasara.
Las costumbres reniegan de ciertos aspectos de lo humano.
 La idea de lo monstruoso y de lo miserable funciona como
 amenaza del orden social pero más aún como el límite visible
 y material que mantiene su constitución y su orden.
La moral debe su subsistencia al espectáculo público del dolor y de la miseria.


Tras los muros de la cotidianidad que nos contentamos con sostener,
aparecen un personaje: el alienado, el loco, el insano mental,
 imagen del errante e inadaptado social, que no responde o que se burla
 de las preocupaciones del ciudadano civilizado y ordenado,
y que se burla de la costumbre y no respeta los estatutos morales.
Me refiero a que esta sociedad cultiva una sensibilidad
que asocia a aquel que se manifiesta desafiante e indisciplinado
con otras figuras de la marginalidad:
 los pobres, los vagabundos, los borrachos, los enfermos venereos, los drogadictos, los depravados.
Toda una población maldita.
Sus figuras se confunden, sus rostros se invierten y se intercambian.
Son los personajes de un sueño
arremolinado y revuelto, precipitado en historias  al olvido,
muecas como destellos fugaces.
El estigma se inserta entre las miserias propias
 de un desapego que contendría el fantasma nefasto del desamparo.

Extrañas a sí mismas, emblemáticas y destacadas voces de la sociedad,
 investidas en cargos y poderes institucionales,
empapelados de su propia historia y de la historia de la ciudad,
 se disfrazan entre los sectores que ellos mismos llaman marginados de la sociedad
y cuya condición parecen señalar
 y condenar: y en ese contexto transforman sus lenguajes,
 sus maneras, sus direcciones, negocian sus modales.
En un único y mismo espacio se trazan sectores, circuitos de conducta, paredes altísimas para no ver.
Muchas veces los mismos personajes  se encuentran rodeados de escenarios completamente
diferentes y en actitudes sumamente contradictorias.
Pero la propia lógica del juego prepara las tensiones individuales para su exposición social:
las traducciones a nuevos contextos atienden a enfrentamientos imaginarios, continuidades internas de la cabeza.
Cada individuo se carga a sí mismo desde su historia, y en esa historia se insinúa una lógica.


Muchos modos de vida son considerados por nosotros mismos locura,
 y ésta se vuelve la forma más general de la crítica,
 un señalamiento de reprobación que engloba actitudes totalmente disimiles entre sí.
¿Porque creamos estas diferenciaciones? Quizás necesitamos negar otras realidades
para sostener la que creamos nosotros mismos.
La ilusión de un  cuerpo colectivo homogéneo y constante protege los movimientos internos
 de un tejido que se redefine todo el tiempo, sosteniendo sus maneras y valores pero en usos distintos.
El capricho de las personas que concentran los recursos modifica la vida de muchos otros.
A quienes detentan el poder de la vara que mide y separa la normalidad de la demencia
por medio de maquinarias de artificio y sugestiones de todo tipo.
No es extraño hallarlos incluidos en una ronda que, por su participación,
los devuelve conversos a su propia lógica, dominantes dominados,
encerrados en el juego del encierro y la libertad,
emblemas del juicio y del castigo se igualan a los otros de tal modo que eso mismo les permita negociar un posicionamiento que les convenga en función de movimientos y deseos ni siquiera declarables. Lo que no se permite en un espacio, se posibilita en otro.
La gente se cansa de no sentirse libre
Hay un espacio en el que el deseo teje tus propias redes
de la mano de lo impronunciable.
 Lo que dice, calla.
Los deseos se disuelven en las formas de lo pertinente.
En todo caso, hay autoridades que no detentan la autoridad en la práctica y que atienden,
más bien, a silenciosos movimientos de un orden psíquico, pero, diría, incluso, digestivo.
En la interlocución directa con el otro hay una atmósfera que sólo puede rastrearse
en pequeños intersticios que nos pueden acercar al sentido de una situación.
Existe una profunda dimensión de sentido en la que proliferan indicios de la mano de
los movimientos respiratorios, las contenciones, los gestos de distensión,
  los nervios
 Sin embargo, hay certezas que funcionan en esa misma dimensión,
 que guían la intuición como presencias silenciosas que se esconden.



Lo que calla, dice. Y dice más de lo siquiera representable:
Hay climas que sólo aparecen como una atmósfera flotante, traslúcida, relaciones que hayan su encanto en la distancia, hombres que se ven, se huelen y se persiguen en silencio y esquivos. Hay gestosque delatan una insistencia. Hay gritos que salen con el impulso de la liberación. Pero aún, tengo ademanes de voracidad y ambición e ilusiones grandísimas. La ley de un deseo se apodera del barco en una dimensión inconfesable, o más aun, lógica, evidente... Entonces, quienes asumen en su discurso o en su investidura social la voz de la moral, el compromiso, son los que en nombre de lo justo y de lo bueno condenan y recortan la conducta en un nivel explícito. Aunque sería más interesante observar como aquellos que ni siquiera asumen una postura transparente generan influencias. El reflejo del otro social motiva comportamientos. Los estigmatizados por el motivo que sea, los distraídos, los impertinentes, los desapegados, los pobre, los ricos, son un reflejo unas veces hermoso y otras tantas aterrador.
 Hay quienes quieren conseguir y hay quienes sueñan renunciar.
 Pero en la misma ronda danzan los que no quieren responder,
 o los que responden con aplazos, respuestas esquivas, posiciones ambiguas.
Cada uno de nosotros teje su influencia en nombre de valores políticamente correctos, y mediante esa influencia, pronuncia la tiranía del propio capricho, que alza su voz desde la defensa de lo justo y que muchas veces nisiquiera reconoce el límite en que esa defensa se convierte en farsa.
 Entonces, hablamos de posicionamientos sociales.
Esos lugares se habilitan por una cierta asunción, es decir, algo que se asume, se apropia,
 un manejo de valores al nivel de la declaración. Hablo de una teatralidad y de
 un juego de interpelaciones. Los textos que se hablan aparecen en distintos formatos y materialidades.
El sentido se entromete en los vestidos, los usos de la voz y el movimiento corporal.
 Los compromisos identitarios suponen la asunción de una cierta gestualidad enmarcada
 en un cierto escenario sin cuya permanencia todo pierde sentido.
Estigmatizar ciertos actos concede la seguridad de controlar el sentido.
Se da la posibilidad de construir un sentido histórico, aunque móvil, dinámico,
de las biografías.
Para esta sociedad, el hombre sin historia es loco de por sí,
puesto que su identidad es pura posibilidad.
La locura está en el desconocido.
El hombre que renuncia de manera abrupta a su historia también es juzgado como loco,
el que no sostiene, el que cambia, puesto que el movimiento de cambio
genera el vértigo de enfrentarse al desamparo. La locura se evoca como límite del respeto.
Representa el límite de la comprensión del otro, la confusión, el desconocimiento.
En la sinrazón están contenidos los miedos de la noche, los largos senderos del infinito jamás caminados, un horizonte de soledad y dudas, una existencia parada frente a los telones de la realidad, asomada al abismo que su propia ilusión promete.

Hay persecuciones que se reiteran a través de la trama social como exigencias
de la más diversa índole. La demanda se traduce, se traiciona, se subvierte.
Los caminos de las construcciones modifican los cimientos que se afirman
bajo el peso de la misma gravedad. Los nudos se gastan.
La memoria construye y su sustrato ¿Es el recuerdo?
Nietszche esboza en una de sus sentencias e interludios la siguiente frase:
"«Yo he hecho eso», dice mi memoria.
«Yo no puedo haber hecho eso» - dice mi orgullo y permanece inflexible.
Al final - la memoria cede."

En el camino de las construcciones se modifican el valor y la disposición de las imágenes.
 Se reafirman y se contradicen a la vez: las cristalizaciones no existen.
Lo que si existe son ilusiones de cristalización,
vivencias detrás de las sensaciones de determinación,
maneras de llevar la cruz y jugar con la identidad, y de sacarle el mejor provecho.
Y dentro de esos usos, aprendemos los juegos del ingenio, la perspicacia y la pertinencia.
 Aunque no siempre se pueden evitar las fisuras abruptas.

Las voces se asumen en función de necesidades de momento para luego ser abandonadas
junto con los escenarios y las vestiduras que las enmarcaban.
En última instancia, siempre se puede mentir, apelar a voces agotadas,
argumentos ni siquiera extensibles.
Al dudar de la buena fé del otro, dudamos de la buena fé de nosotros mismos.